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EL RINOCERONTE GRIS: LA IAG NOS PONE CONTRA LAS CUERDAS

Después de un tiempo dedicado a poner en marcha un par de libros, vuelvo de nuevo a una serie de artículos de reflexión, para colegas y amigos directivos.


Como sabéis, ando a vueltas con el tema de la IAG. No de la IA. Hablo de la IAG, que cambia, y mucho la jugada de esta partida que estamos viviendo.


A veces, el mundo cambia sin previo aviso. Ocurre algo inesperado, imposible de predecir, que sacude los cimientos de la sociedad. Nassim Taleb llamó a estos eventos Cisnes Negros ( 2008 ) - de los cuáles ya hablé en su momento - : la pandemia, la caída de Lehman Brothers, el 11S. Hechos que nadie vio venir, pero que, en retrospectiva, parecen obvios. Muchos creen que la irrupción de la inteligencia artificial generativa en la educación ha sido uno de ellos. y no. Me temo que no.


La IAG no es un Cisne Negro. No ha llegado de la nada ni nos ha sorprendido por completo. 


Ha sido un Rinoceronte Gris ( Michele Wucker 2013 ), un fenómeno colosal, previsible y de alto impacto que venía avanzando de frente mientras elegíamos mirar hacia otro lado. Llevamos años viendo su evolución, sus avances, su capacidad para transformar la sociedad. Y, sin embargo, no nos hemos preparado. Ahora, el Rinoceronte nos ha embestido.


Las escuelas, los colegios, la educación en su conjunto… ¿estábamos listos?  Ja¡ responde tú mismo... 


Y el problema no es que la IA haya llegado, sino que seguimos actuando como si el mundo no hubiera cambiado. La dirección escolar sigue atrapada en debates del Siglo XX mientras las aulas ya están llenas de alumnos que interactúan con algoritmos más a menudo que con sus profesores.


Los modelos tradicionales de aprendizaje han colapsado. La Taxonomía de Bloom, que durante décadas ha definido la estructura del pensamiento educativo, ya no se sostiene en su base. Memorizar, comprender, aplicar… eso lo hace una IAG en milisegundos. El aprendizaje humano tiene que ir más arriba, hacia el análisis, la evaluación, la creatividad. Porque hoy lo importante no es recordar información, sino saber qué hacer con ella.

Y aquí viene el dilema real. Si no tomamos las riendas de esta transformación, la IAG lo hará por nosotros. Nos guste o no, va a influir en cómo aprenden los alumnos, en cómo enseñan los profesores y en cómo se gestiona la educación. Y la gran pregunta es: ¿queremos ser los arquitectos de ese cambio o simples espectadores?


Porque lo que está en juego no es solo la tecnología, es el pensamiento crítico. ¿Dejaremos que las próximas generaciones crezcan creyendo que todo lo que dice un chatbot es verdad? ¿Que la inteligencia está en la rapidez de respuesta y no en la capacidad de cuestionar? Si no formamos alumnos que entiendan cómo funciona la IA, que sepan detectar sus sesgos, sus limitaciones, sus riesgos, estaremos creando ciudadanos vulnerables, fácilmente manipulables. Y esa sería nuestra mayor derrota como educadores, pero sobre todo como directivos.


Este no es un reto que pueda abordar un solo estamento de la comunidad educativa. Cada actor del ecosistema escolar tiene una responsabilidad clara en la integración de la IAG de manera estratégica, ética y efectiva.


1.- Desde la Dirección: IA como estrategia, no como moda. La clave no está en meter más tecnología en las aulas, sino en diseñar un modelo que equilibre lo digital con el pensamiento humano. Cada colegio tiene su cultura, su ADN, y la IAG debe integrarse respetando esa identidad. No se trata de copiar modelos ajenos, sino de definir cómo queremos que la IA transforme nuestro proyecto educativo. Para ello, hay que capacitar a los equipos directivos, establecer un marco ético de uso y asegurarse de que cada decisión sobre tecnología responde a una pregunta clave: ¿esto ayuda a nuestros alumnos a pensar mejor, a aprender mejor, a ser mejores?


2.- El papel de las familias: uso ético y social de la IA. La educación no termina en el colegio. En casa, la IA ya está presente en cada búsqueda de Google, en cada sugerencia de contenido, en cada algoritmo que decide lo que vemos o dejamos de ver. Los padres deben entender que su labor no es prohibir, sino acompañar y educar en el uso crítico de la tecnología. Saber cuándo y cómo se usa la IA, ayudar a sus hijos a cuestionar lo que leen y ven, fomentar conversaciones sobre el impacto de la automatización en la sociedad. Porque si no lo hacen ellos, lo harán otros, y no siempre con buenas intenciones.


3.- El profesorado: enseñar a los alumnos a crecer con la IA, no a depender de ella. Si la IA puede responder a todas las preguntas, el verdadero trabajo del docente es enseñar qué preguntas importan. No podemos quedarnos en la queja de que "los alumnos copian con ChatGPT". Lo que toca es diseñar estrategias para que la IAG sea un potenciador del aprendizaje, no un atajo para evitar pensar. Evaluaciones basadas en el razonamiento, uso de IA para proyectos creativos, análisis de sesgos en los algoritmos, integración de herramientas que fomenten el desarrollo del pensamiento crítico. El profesor que no entienda la IAG no solo estará en desventaja, sino que perderá relevancia en el aula.


4.- Los alumnos: la IAG como herramienta, no como sustituto de su inteligencia. Los estudiantes deben ver la IAG como algo necesario para su futuro, pero no a costa de su desarrollo cognitivo. Si delegan todo en la IAG, su capacidad de pensar, analizar y resolver problemas se atrofiara. Aquí es donde la escuela debe reforzar el desarrollo de habilidades superiores: creatividad, argumentación, resolución de problemas complejos. La IA no debe ser una muleta, sino una catapulta.


El liderazgo escolar no puede seguir operando con la misma inercia de siempre. No es suficiente con llenar las aulas de dispositivos y hablar de digitalización como si eso solucionara algo. Hace falta una estrategia real, un plan. Hay que formar a los profesores, porque el docente que no entienda la IA no podrá guiar a sus alumnos en su uso crítico. Hay que rediseñar los proyectos educativos para integrar la ética digital como una prioridad, no como un tema secundario. Hay que acelerar la transformación de los colegios antes de que otros —las grandes corporaciones tecnológicas, los modelos de aprendizaje automatizados, los gigantes de la educación online— lo hagan por nosotros.


No es cuestión de si la IAG va a cambiar la educación. Es un hecho. La única cuestión es si seremos capaces de tomar el control o si simplemente nos resignaremos a ver cómo otros lo hacen por nosotros.


Porque la educación que conocemos ya está en jaque. Y en tiempos como estos, cuando la mayoría espera, los líderes de verdad se levantan y avanzan.


¿Qué vamos a hacer?


Un “rinoceronte gris” es una amenaza muy probable y de gran impacto, pero que a menudo se pasa por alto. Los rinocerontes grises no son sorpresas aleatorias, sino que aparecen tras una serie de advertencias y evidencias visibles. ( Michele Wucker )




 

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